Las lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas de los brasileños cuando mediaba el primer tiempo. Para el momento en que quedó sellada la paliza por 7-1 en la semifinal de la Copa del Mundo, millones de personas en todo Brasil miraban incrédulas o lloraban sin consuelo.
La selección nacional no fue sólo derrotada por un poderoso equipo alemán. Fue apabullada frente al mundo entero, humillada en su propio patio. Desde los niños hasta los ancianos, los brasileños se unieron a lo que muchos llaman ya la calamidad nacional, la peor goleada en Copa del Mundo para una selección que acumula un palmarés envidiable.
Una lluvia de siete goles de Alemania hizo trizas el corazón de los “torcedores” brasileños, incluso de los más entusiastas que atestaron la playa de Copacabana para mirar el partido en una pantalla gigante.
Sin el astro Neymar, descartado del resto del Mundial por lesión, y sin el capitán Thiago Silva, suspendido por acumulación de tarjetas amarillas, quedó claro muy pronto que Brasil no era rival para Alemania.
“El problema es psicológico“, diagnosticó el hincha Fabio Fontes. “Sería normal para cualquier equipo perder con Alemania, pero no de esta forma“.
Para colmo, en la zona del Fan Fest en Copacabana, se desató un tropel de cientos de personas, luego que una pandilla de jóvenes perpetró un asalto tumultuario, conocido como “arrastao”. Los ladrones corrieron entre la multitud, mientras desataban el pánico y arrebataban collares y bolsos a su paso.
Ello, junto con la desmoralizante derrota, fue el baño frío de realidad que llevó a que muchos espectadores se marcharan a casa.
Si Brasil perdió la semifinal de un Mundial en casa de esta manera, “vamos a tener el país más deprimido de la historia“, advirtió el espectador Pablo Ramoz.
Brasil gastó miles de millones de dólares a fin de prepararse para este torneo, con la esperanza de que la localía le diera el sexto título mundial de su historia. Pero el alto costo encendió la indignación y las protestas contra la Copa del Mundo. Los manifestantes deploraron el desembolso colosal por parte de una nación que dista mucho de tener servicios públicos eficientes.
Pocos consideran ahora que la golpiza inmisericorde propinada por Alemania derive en que se reanuden las protestas en Brasil. Pero sin duda, el sabor dulce de la fiesta mundialista se ha tornado amargo en el paladar de los hinchas.
En Sao Paulo, la mayor ciudad de Brasil, miles de personas concurrieron al vecindario bohemio de Vila Magdalena. Las calles se convirtieron en un tapete de amarillo, verde y azul, los colores de la bandera nacional.
Samir Kelvin, un hincha, se trepó a un poste del alumbrado público, desde donde gritó: “¡No me queda nada! ¡Soy un brasileño humillado y me quiero matar!”
Cerca de ahí, una mujer no paraba de dar alaridos.
“¡Qué vergüenza! ¡Qué vergüenza!”, decía, mientras un hombre se azotaba la cabeza contra la mesa de un bar.
Fuente/Foto: AP