En su nuevo libro “Rita Moreno: A Memoir”, Rita Moreno se abre al hablar no tanto de su carrera sino de sus esfuerzos para superar sus inseguridades.
Los admiradores deseosos de saber lo que fue para ella bailar para Gene Kelly en “Cantando bajo la lluvia”, compartir en el estudio con Yul Brynner en “El rey y yo” o bailar la coreografía de Jerome Robbins en “Amor sin barreras” probablemente se decepcionen. Pero la vida de Moreno no fue definida por los papeles que interpretó.
La laureada cantante, bailarina y actriz puertorriqueña enfoca su historia en un viaje de autodescubrimiento, y es precisamente esa introspección lo que le da fuerza a su libro de memorias.
Su historia de éxito es el sueño americano. Su madre la trajo a los 5 años de Puerto Rico, entonces Rosita Dolores Alverio, en busca de una vida mejor tanto o más para ella que para su hija. Dejó a su marido (el primero de cinco) y su pequeño hijo en Juncos, un pueblo donde la pequeña Rosita conoció un lugar de sensual belleza y maravillas en medio de la selva tropical El Yunque.
Nueva York era otro tipo de selva, fría e indiferente al racismo público. Rosita no hablaba inglés cuando llegó, lo que la hacía sentir aún más como una afuereña, pero aprendió el idioma. Y aprendió a bailar.
Guiada por Paco Cansino, el profesor y tío de Rita Hayworth, Rosita comenzó a actuar a los 9 años y dejó la escuela al ver su carrera florecer. El nombre artístico de Rosita Moreno fue uno de dos legados de un padrastro al que menospreciaba. El otro fue una casa en los suburbios de Long Island, lejos de los guetos étnicos de la ciudad, en la que pudo ver un lado más suave de la vida americana.
El jefe de los estudios MGM Louis B. Mayer declaró a Moreno “una Elizabeth Taylor española” y la contrató. El primer astro del cine que conoció en Hollywood fue Clark Gable, quien le dijo: “Rosita. Buen nombre, niña”. Pero un agente de casting no estuvo de acuerdo por considerarlo demasiado italiano y se lo cambió a Rita.
Los sabores agridulces de la etnicidad nunca se alejaron. Moreno tenía belleza y talento pero era encasillada en películas como una “fiera” o alguna chica exótica no blanca. Aun después que ganó un Oscar como mejor actriz de reparto por “Amor sin barreras” (1961) muchas puertas permanecieron cerradas. Pero mientras se acercaba a los 40, y tras cumplirlos, luchó por seguir trabajando pese al estigma de la edad y su etnia.
Moreno, ahora de 81, escribe que mientras por fuera mostraba una gran seguridad, por dentro la acechaban grandes dudas y temores.
Su relación con hombres dominantes, particularmente Marlon Brando, reflejaron su bajo nivel de autoestima. Terminó con Brando media docena de veces, volviendo a los brazos del notorio narcisista una y otra vez. Al borde de la desesperación por un aborto y un intento de suicidio — ambos derivados de su relación con Brando — logró juntar las fuerzas para empezar sus años de sanación psicológica.
Ese podría ser el mayor logro de Rita Moreno. Rodeada por un Oscar, un Emmy, un Tony y un Grammy — es una de las pocas que ha ganado los cuatro grandes honores del mundo del espectáculo — es una sobreviviente que venció a sus propios demonios así como a aquellos que otros le presentaron. Su libro celebra esa victoria y el espíritu tras ella.