WEST SENECA, Nueva York, EE. UU. (AP) — En el pasillo de una escuela primaria, una maestra conduce a la biblioteca a sus alumnos de segundo grado, en una escena que no tiene nada fuera de lo común hasta que se ve marchando junto a ellos un estilizado robot blanco con una pantalla de video que muestra el rostro gordinflón sonriente de otro niñito.
Las alergias mortíferas que padece Devon Carrow no le permiten asistir a la escuela. Pero el robot de 1,20 metro (4 pies) con un enlace inalámbrico de video le permite asistir a clases a la distancia, participar en ellas, caminar por los pasillos, dialogar en el recreo e incluso subir al escenario cuando se presenta algún programa artístico musical.
Lo que más llama la atención es la naturalidad con que esta maravilla tecnológica es aceptada por sus compañeros de clases. Estos niños de siete años criados con videojuegos, avatares y juguetes a control remoto no ven un robot, sino sencillamente a Devon.
Un día reciente, poco antes de ir a clases, una niña se acercó al robot para contarle a Devon una broma que circulaba entre los alumnos de la escuela primara de Winchester.
El hecho de que Devon no esté físicamente allí no significa que los demás no sientan su presencia. Cuando sus compañeritos le escribieron tarjetas de solidaridad el año pasado tras ser hospitalizado, todos lo dibujaron como un niño y no como un robot.
“En la clase los niños dicen ‘Devon, ven aquí, estamos jugando con legos. Muéstranos los tuyos”’, comenta la maestra Dawn Voelker.
“Yo me preguntaba cómo lo tomarían los pequeños y creía se asombrarían”, acota la directora Kathleen Brachmann. “Pero creo que los niños tienen ahora tanta exposición a la tecnología que lo aceptan mejor que nosotras”.
El mismo Devon no sabe cuál es el motivo de tanta alharaca entre los adultos. Maniobrar el robot de cuatro ruedas por la escuela y hacerlo girar para ver a los compañeros de clase equivale a un desafío más de tablero y ratón.
“Es muy divertido porque es como si fuera un juego en la computadora”, explica el niño de cabello enrulado con eterna sonrisa. “Es como si el objetivo fuera sobrevivir”.
Durante un año, Devon ha asistido a clases utilizando “VGo”, el robot en forma de un peón de ajedrez, conocido por un aviso televisivo de Verizon que muestra el tipo de tecnología posible con la red inalámbrica de la compañía.
Desde que fue presentado en el 2011 por VGo Communications, con sede en Nashua, Nueva Hampshire, un puñado de estudiantes en todo el país lo han usado, incluso en Nueva Jersey, Wisconsin, Texas y Iowa.
También ha llamado la atención de los círculos médicos y empresariales, permitiendo que los pacientes consulten a los médicos y que los trabajadores se presenten virtualmente en la oficina, aun mientras están de viaje.
Para Devon fue la oportunidad de asistir a la escuela, aunque fuese remotamente, por primera vez en su vida. Padece de esofaguitis eosinofílica, causada por glóbulos blancos que crecen en el estómago y el esófago. También tiene el síndrome del shock anafiláctico, que causa reacciones alérgicas potencialmente mortales a algunos desencadenantes, como la leche y los maníes.
Aunque los ataques lo han llevado a terapia intensiva dos veces en los últimos 18 meses, Devon es extrovertido y vital, un bromista cuya personalidad se ajusta mejor a la experiencia de clase que a recibir clases en casa.
Pero después que los maestros en la escuela anterior de Devon, en el suburbio de West Seneca, Buffalo, se resistieron a la idea de tener la cámara del VGo en la clase, su madre insistió y Devon fue acogido en la escuela primaria de Winchester.
Fue añadido al plan de educación especial del niño, y el costo —unos 6.000 dólares para el robot y 100 dólares por mes— es solventado por el presupuesto del distrito.
“Lo consideramos una gran oportunidad”, afirmó la directora Brachmann. “Aunque pensé que alguna gente se preguntaría sobre los desafíos y los problemas, nunca mantuvimos esas discusiones. La actitud fue en cambio ‘¿cómo podemos hacer que esto funcione’?”
La tecnología amplía la experiencia escolar de Devon más allá de lo que sería posible mediante un diálogo de video. Las únicas restricciones son físicas.
El robot tantea las escaleras y se detiene. Pero tampoco es un obstáculo insalvable porque, con un peso inferior a los 9 kilogramos (18 libras), es suficientemente liviano como para que una maestra lo alce. Antes de avanzar, Devon enfoca la cámara hacia abajo para asegurarse de no embestir a algún compañerito que esté agachado atándose los cordones. El VGo advierte sobre la presencia de objetos grandes de frente.
“Caminar por el pasillo, ver a los otros chicos”, señaló Brachmann. “Uno no puede exponer a alguien del mismo modo con una sesión de Skype. Sería solo como una pantalla de televisión. En cambio de este modo realmente experimenta la sensación de estar allí”.
En un día reciente, Devon se colocó frente a la cámara de su computadora en un cuarto convertido en aula en su casa de Orchard park y discó para comunicarse con el aula de la señorita Voelker a la hora del comienzo de clases a las 9.10 de la mañana. El controla el VGo junto con la maestra Sheri Voss, quien acude a la casa del niño diariamente para ayudarle a maniobrar.
Cuando la maestra reclamó atención a los niños, Devon se paró atento frente a la cámara de la computadora y participó en el juramento a la bandera.
“No le damos tratamiento preferencial”, observó Voelker. “Tiene que presentar sus tareas. Tiene que mostrar sus cuadernos a su madre para que los firme. Tiene una tarea en clase. Y debe prestar atención”.
El niño se hace oír por medio de los parlantes de su robot. Voelker usa un micrófono que amplifica la voz de la maestra, lo que ayuda a todos a oírla mejor, incluso Devon. Y cuando el pequeño quiere levantar la mano en clase, enciende una luz en el VGo.
“Es divertido tenerlo en la clase”, comentó Caitlyn Bedient, una compañerita. “El tiene juguetes en la casa y nosotros podemos mostrarle nuestras creaciones”.
Otra pequeña alumna, Daisy Cook, dijo que al principio no le pareció justo que Devon pudiera quedarse en casa sin ir a la escuela. “Pero ahora está bien porque nos podemos comunicar”, agregó.
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El periodista de Associated Press Ted Shaffrey contribuyó a este informe,